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25 de abril de 2010

GLENGARRY GLEN ROSS



De la obra de David Mamet no puedo ser crítico porque es obvio su valor y permanencia en el tiempo, incluso ahora recobrando actualidad. Del montaje que el pasado sábado vi en el Teatro Principal de Alicante lo seré aunque de la obra no me enteré mucho, aunque me pareció un ejercicio actoral... únicamente. Sin garra, sin gracia y sin sal, pero con mucha austeridad y llena de tacos. Tal vez la culpa de mis sensaciones la tenga la ubicación que ocupé en el teatro (última fila del anfiteatro); te aseguran que la visibilidad es buena (si no hay nadie delante, ves, de lejos pero ves), pero lo que no dicen es que no se oye nada y, peor todavía, es casi insoportable aguantar una hora y media rodeado de gente que apenas cabe en los asientos con un calor asfixiante. Abajo los actores, susurran, gritan, discuten, ... Arriba, sudando, tratas de escuchar algo entre toses, movimientos de papeles para hacerse aire, ... Y claro, así, no sólo no te enteras sino que te cabreas y sales sintiéndote estafado. Es una vergüenza que el Teatro de una ciudad como Alicante no reuna unas condiciones mínimas acordes al público tan generoso y al precio que cobran por las entradas. Es reiterado el asunto de la mala refrigeración / calefacción, pero es hiriente que no se adecúe para que el sonido llegue a todas partes (o que no vendan las entradas de donde no se oye), ya que existen los microfonos y los altavoces en un mundo donde la tecnología está en todas partes. Lo siento por los actores y todos los que hacen grandes esfuerzos por llevar a cabo una obra de teatro, pero también deberían exigir que su trabajo no se utilice para el mercantilismo ni se trate como borregos a los espectadores que con toda ilusión gastan su dinero para asistir a un supuesto gran espectáculo.

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